- ¿Qué si
la conocí a la Margot? ¡La pucha! ¡Claro que la conocí! Aunque acá en el barrio,
todos le decíamos Marga. ¡Nosotros nos criamos juntos! ¿Cómo no me voy a acordar?
Ella era muy... así... qué sé yo... le gustaban mucho los pibes, ¿entiende? La
recuerdo como si la estuviera viendo. Sabía estar con los mellizos Arrieta. Como
eran iguales, le gustaban los dos. Mientras estaba en el bordo de la vía - con
uno - el otro, ahí cerquita nomás, esperaba su turno y cuidaba la bicicleta. Ella
era así. Cuando alguno le gustaba, no le daba vergüenza que los demás supieran
lo que hacía. Y ojo, que en ese entonces sólo tenía catorce años. Decían los
más viejos que la madre había sido igual. De sangre caliente, como dicen por
acá. Yo a la vieja nunca la conocí ni supe qué había sido de ella. La Marga
vivía en esa casita de chapa que está allá, después del tanque de agua, la que
está casi desarmada, donde están los yuyos altos, ¿la ve? Vivía con el padre.
Bah, yo le digo “el padre”, pero me parece que debe haber sido padrastro nomás,
porque por acá algunos decían que él también… usted me entiende. Y aunque haya
sido el padre, puede ser, porque la verdad es que era un viejo de mierda. Borracho,
sucio, ladrón y peleador, no le faltaba nada. Por aquí no lo quería nadie. El
año pasado, cuando se murió, antes de llamar al hospital, los vecinos se
robaron todo lo que había en la casa. Cuando ya no quedaba nada, pusieron al
viejo en el piso y se llevaron hasta la cama donde había muerto y la frazada
que lo tapaba. Todavía le están sacando chapas y otras cosas a lo poco que
queda. No van a dejar nada...
Volviendo a
lo que le contaba de la Margot, yo era muy amigo de ella. Como nos conocíamos
desde muy chicos, teníamos mucha confianza. A veces, a la siesta, que era
cuando yo sabía que estaba sola, iba a su casa y le decía:
- Marga,
¿querés?
Ella
sonreía; tenía una sonrisa muy linda y la nariz toda llena de pecas. Salía a la
calle a mirar si no venía llegando el padre y después decía:
- Sí, vamos.
Nunca me
decía que no. La Marga era así. Era, ¿cómo le diría?... era una piba fácil,
¿vio? Le gustaba mucho. Eso sí, ella se acostaba con todos,... pero nunca se
puso de novio con nadie. Era muy rebelde con los hombres. Cuando alguno quería
dominarla un poco, enseguida lo sacaba cagando, y ése no se le acercaba más.
Era bravísima cuando se enojaba... Y peleaba como un hombre, yo la he visto
enfrentar a chicos mucho más grandes y hacerles sangrar la nariz;... pegaba
fuerte...
La única
vez que yo la vi embarazada ella tendría... a ver... unos... quince años, tal
vez dieciséis. Sí, más no debe de haber tenido, porque el año antes había
terminado la escuela primaria conmigo. Y los dos habíamos repetido quinto y
sexto grado. En eso éramos parejos,... medio burros los dos...
Después
supe que ese chico que tuvo lo dieron en el mismo hospital donde nació. Ella me
lo contó cuando volvió y ya pudo caminar bien. Ahí, en ese caminito, me la encontré
y me lo contó. El padre se lo hizo dar porque decía que no podía mantenerlo. Y
cómo ella era tan... así, ¿vio?, no sabían quién era el padre...
Después
vino el asunto ése de que yo me puse de novio y medio que me alejé de ella. Fue
por una chica que llegó a vivir cerca de mi casa. Era de Mendoza. La madre
salía a planchar y la piba cuidaba el hermanito y la casa; acá no se puede
dejar una casa sola. Con esa piba, que después fue mi señora, nos conocimos
allá, en la canilla del agua para tomar. Al poco tiempo nomás, se me quedó
embarazada... Y bueno, ahí se me dio por casarme. Cosa de jóvenes, ¿vio? Nos
parecía que con eso, ya estaba todo solucionado. Fuimos a vivir a Ramos Mejía,
a casa de unos tíos de mi señora, que eran viejitos y tenían lugar. Era una
casa vieja y grande, pero se llovía toda. Ahí nos metimos, en una pieza que
estaba más o menos. Ahí nació mi hijo, Manuel se llama, igual que mi papá, que
en paz descanse. Yo empecé a trabajar enseguida, porque los viejitos tenían
lugar, pero nada más; apenas comían. Hice de todo, aunque no sabía hacer nada.
Por eso me echaban de todas partes y siempre estaba a prueba. Un tiempo después
empecé a juntar cartones para un hombre que tenía dos camioncitos. Salíamos
para el lado de Once a eso las cuatro de la tarde, que es cuando las tiendas
sacan las cajas y los papeles que van a tirar. Ése era un buen curro, pero para
el dueño de los camioncitos, a nosotros nos arreglaba con monedas. Ahí cerca,
en la avenida Corrientes, fue donde me la encontré a la Margot. Era una noche
de invierno, yo me había quedado con otro vago a comer un choripán antes de
volver a la casa. Íbamos comiendo por la vereda y de pronto, ahí, a dos metros,
¿quién estaba? ¡La Margot! Parecía una reina,... si usted la viera. Llevaba una
boina azul y el pelo largo y teñido de rubio, así, casi tapándole un ojo, como
se sabe ver en las películas viejas. ¡Y usted viera qué ropa! ¡Toda de primera!
Un saco largo, como un sobretodo, ¿vio?, pero de una tela negra y brillante. Al
vestido de abajo no se le veía nada más que el cuello, era de eso que tienen
los vestidos de las novias, como si fuera bordado. En la solapa del saco, acá,
del lado izquierdo, llevaba un prendedor que debe de haber sido de oro, porque
brillaba mucho; y eso que, como le dije, era de noche. ¡Ah!, y las dos manos
con guantes negros, todos con agujeritos y largos hasta acá. Se le veían porque
las mangas del saco eran anchas, así, bien grandes, y las tenía como
arremangadas. Me acuerdo como si la estuviera viendo. Una Diosa, era. Yo la
reconocí de casualidad, debe haber sido porque ella también me miró como
extrañada de encontrarme ahí. Entre una cosa y otra, haría unos cinco o seis
años que no nos veíamos. Ella era bonita, eso sí, siempre fue muy bonita, me
acuerdo que tenía la piel lisita y muy blanca. Si no hubiera sido pobre, eso se
hubiera notado antes acá, en el barrio. Pero esa fue la primera vez que la vi
peinada y arreglada. Y con esas ropas, que, como le digo, se ve que eran caras.
El tipo que venía con ella era rico, o al menos parecía, porque habían bajado
de un auto nuevo, así parecido al suyo, pero de color aluminio. Iban a entrar a
un restaurante de los buenos, con la puerta toda de vidrio y con alfombra en la
vereda. Ahora que lo pienso, capaz que ese tipo había sido el que le regaló el
prendedor y por eso me miraba desconfiado. Pensaría que yo podía ser un ladrón.
- Negro,
¿sos vos? – me preguntó ella al acercarse. Porque ella me llamaba así: “Negro”
o “Negrito”, como cuando éramos chicos.
Yo no sabía
qué decirle. Aunque era la misma que yo conocía, así, vestida de lujo, me
parecía otra, y me daba no sé qué hablarle con confianza. Con decirle que al
saludarla casi le digo “usted”...
Y el tipo
seguía ahí cerca, mirándome serio mientras ella me abrazaba, contenta de verme,
aunque fuera de cartonero, seco y tirado, como yo andaba en ese momento. Yo la
abrazaba fuerte, pero con una sola mano, para no mancharla con el choripán.
Me contó
que trabajaba en un cabaret muy grande. Me dijo que cantaba, pero después,
hablando bajito, se le escapó que lo que hacía ahí era desnudarse. A mí no me
importó, yo estaba contento de verla otra vez y para mí era como si me hubiera
encontrado con una prima o una hermana. Me preguntó por el padre - que en esos
años todavía vivía - pero me dijo que si lo veía, no le dijera nada de ella. Me
parece que hasta se arrepintió de haberme preguntado por él.
El tipo la
estaba esperando con cara de culo, así que tuvimos que despedirnos. Me dio la
dirección del lugar donde trabajaba, por si quería ir a verla. Ni sé dónde dejé
el papel, debo haberlo tirado, ¡qué iba a ir ahí yo, si de seco ya no podía
cagar!
Ahora, en
Mayo, va a hacer un año que me separé de mi señora. El pibe mío, el Manuel, ya
estaba hecho un hombre, trabajaba ahí cerca, en una panadería y se quedó con
ella. Y yo me volví otra vez acá, a la casa donde nací...
¿Así que me
dice usted que la Marga murió? Pobre chica, ¿no? ¿Y cómo fue? Porque ella era
joven, ahora tendría mi edad. Treinta y nueve años. Quizá cuarenta... -
calculé.
- Fue en
Mar del Plata,... la mataron... - me respondió el joven.
- ¿La
mataron? – pregunté entre sorprendido, dolorido y horrorizado.
- Sí, no se
sabe quién fue, la encontraron en la ruta... Ha pasado otras veces...
- Pobre
Marga - dije yo -. ¿Y cuándo dice que fue eso,... lo de la muerte?
- Hará unos
diez meses,... tal vez un año - me contestó el muchacho.
- Y,...
seré curioso,... ¿usted porqué quiere saber... así... cosas de ella, de cuando
era chica y vivía acá? - pregunté algo nervioso al ver que frente a mi casa,
atraídos por el auto del joven, se estaban juntando todos los pendejos del
barrio.
- Yo soy el
hijo de Margot. Ése que usted dijo que dieron cuando ella tenía quince años.
Bajé la
vista en silencio mientras sentía que me ponía rojo de vergüenza. ¿Quién me
manda a mí a abrir la boca así sin saber con quién hablaba? ¡Y las barbaridades
que había dicho! Cuanto más recordaba, más vergüenza me daba y más rojo me
ponía.
- Perdone.
Yo no sabía... - dije por decir algo.
- No es
nada. La vida es así... Ya... algo me habían comentado... - dijo el joven con
un tono triste y un ademán de retirarse.
- Espere,...
tengo algo... algo que usted va a querer ver... – le dije deteniéndolo con un
gesto.
Entré
corriendo a mi casa y una vez detrás de la puerta de mi habitación, desclavé
con la uña la chinche que sostenía una foto. Regresé junto al joven y se la mostré.
Era la Margot. Estaba parada junto a la entrada de su casa, con un vestido de
algodón floreado que yo le conocí y que debe de haber sido el que llevaba
puesto cuando se fue de acá, porque mucha ropa no tenía. Sonreía con esa
sonrisa tan linda y tan inocente que tenía cuando no estaba enojada. A pesar de
que no era una foto muy grande, se le notaban los dientes blancos y perfectos y
los ojos entrecerrados por el sol. La verdad es que, pobre y todo, acá, en el
barrio también había sido una reina. No había otra como ella...
- ¿Y
usted... cómo tiene esta foto de mi madre? – me preguntó el joven, siempre
serio, pero evidentemente emocionado.
- Yo... se
la compré a un chico que la sacó de la casa... Como le conté, cuando el viejo
se murió, la gente de por acá se llevó todo – mentí a la vez que recordaba el
origen de algunos de mis muebles.
- ¿Cuánto
quiere por la foto? – preguntó el muchacho llevándose la mano al bolsillo.
- No,...
nada,... llévela, nomás,... yo la tenía... sólo de recuerdo... de una vecina de
la infancia... – dije levantando los hombros, pero sin poder esconder
totalmente mi permanente necesidad de dinero.
El joven
sacó algunos billetes y me los alcanzó, como obligándome a tomarlos.
- Pero...
por favor, no se hubiera molestado,... al final... por una foto... – dije
guardando el dinero y a la vez vigilando a los chicos del barrio que rodeaban
el lujoso automóvil intentando ver el interior a través de los oscuros
cristales.
El joven me
dio la mano, apartó a algunos niños con un gesto y subió al vehículo. Puso el
motor en marcha y salió lentamente para el lado de la autopista que lleva a la
Capital. Cuando calculó que estaba a una prudente distancia de los chicos, hizo
patinar las ruedas en la calle enripiada y desapareció en la primera esquina.
Me quedé
pensando en él. Se apuró mucho en irse. ¡Qué lástima! Me hubiera gustado
comentarle que se parece muchísimo a mi hijo, el que vive allá, con mi esposa,
en Ramos Mejía.
FIN
En el año 2004, el Café MARGOT, de Boedo y San Ignacio, Buenos Aires, cumplió 100 años y decidió incluir en sus festejos un Certamen Literario llamado "Vida de Margot" . En el mismo había que presentar un cuento sobre la vida de esa imaginaria Margot que le daba nombre al citado local. Ese cuento debía incluir una boina azul, un cuello de encaje, un prendedor y un par de guantes de fiesta que se exhiben en una vitrina en el café. En ese momento recordé uno de mis viejos cuentos, (llamado "Ella era así" y que integra mi libro "La Tarde de Tadeo") ambientado en mi provincia, Mendoza. Reescribí ese cuento y lo trasladé a nuestra Capital, agregándole esos elementos obligatorios. Lo presenté al certamen y obtuve una ,mención que significó que mi cuento fuera incluido en el libro que se hizo con los resultados del certamen. Ese libro, completo, puede bajarse haciendo click en el rostro de la imaginaria Margot, que aparece en esta página: http://bairespopular.tripod.com/cuentos.html
¡esa maestría suya de dejar sin aire al lector...!!!
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