(La primera escena comienza con la vista
interior de un departamento humilde. Un hombre está sentado a la mesa,
desayunando. Se llamará Adolfo. Se escucha que golpean a la puerta. La esposa
aparece desde la cocina y abre la puerta. Esta deberá estar ubicada frente al
hombre sentado. Por un costado de la mujer se ve que quienes han llamado son
dos hombres. Uno mayor que viste costosa campera de cuero y otros detalles que
demuestran poderío económico y otro joven, de cabello teñido, vestido de modo
extravagante pero limpio. El hombre mayor habla a la mujer.)
Padre: - Buenos días. (Por el costado de la mujer mira y señala al
hombre sentado.) ¿Podría hablar con el señor?
(La señora duda pero Adolfo, el hombre sentado, que ha escuchado,
sin levantar la cabeza, le dice:)
Adolfo: - Hacelo pasar.
(Ambos hombres entran. El mayor, sin saludar, pone al joven (su
hijo) frente al hombre que permanece sentado y le pregunta:)
Padre: - ¿Es él?
Hijo: (Después de mirar un instante al hombre.) – Sí. (Mira hacia
una ventana que da a la calle y la señala con un gesto.) Y esa es la ventana...
Padre: (Al hijo) – Bueno. Andá. Vos esperame afuera, en el auto. Yo
ya voy.
(El hijo obedece y sale.)
Padre: (Al hombre sentado. Desde este momento el recién llegado
hablará siempre de pie y el dueño de casa, sentado.) – Bueno. No soy hombre de
andar con vueltas. Vamos al tema: La semana pasada, el Lunes, a la hora de la
siesta, a eso de las tres de la tarde, hubo un accidente acá enfrente... Usted
estaba parado frente a esa ventana.
Adolfo: - ¿Un accidente? Puede ser... Sí, creo que sí. Escuché la frenada cuando
estaba abriendo la ventana. Pero no pude...
Padre: - No me interesa si alcanzó a ver el accidente completo o si
salió a la ventana después de oír el ruido. Lo importante es que esta ventana
(la señala) pertenece a su casa. Y que los que llegaron después lo vieron ahí, parado
frente a la ventana. El que conducía el auto del accidente era mi hijo. El
chico que salió recién.
Adolfo: - Ah...
Padre: - Yo necesito que usted testifique a nuestro favor...
Adolfo: - ¿Qué yo testifique? ¿A su favor?
Padre: - Sí. Necesito que cuente la verdad de lo que pasó.
Adolfo: - ¿La verdad? Escuché que los vecinos dijeron que el pibe
pasó el semáforo en rojo…
Padre: - No es cierto. Es lo que quieren hacer creer los otros para
sacarnos plata.
Adolfo: - De todas formas, yo,... de testigo...
Padre: - Sí. Usted es el testigo ideal. Mi hijo lo vio en la ventana
cuando bajó del auto. No le estoy pidiendo que mienta sobre lo que sucedió. La
verdad es la que yo le digo: Mi hijo pasó el semáforo en verde... Y tampoco iba
tan rápido como dijeron.
Adolfo: - ¿Cómo están los viejitos?
Padre: - Están bien. Golpes. Algunas quebraduras... pero bien. Van a
salir... Tan mal no deben estar cuando ya están pensando en hacernos parecer
culpables... Esa gente no debería andar sola por la calle. Tienen ochenta años
cada uno...
Adolfo: - Escuché en la panadería que su hijo estaba corriendo una
picada contra otro auto. Dicen que largaron desde el semáforo anterior.
Padre: - ¡No es cierto! ¡Mi hijo no tiene necesidad de probarle a
nadie la velocidad que tiene su auto! Él sabe que para eso está la ruta. Los
fines de semana, cuando va al campo, se saca las ganas de andar rápido en la
autopista. Pero acá, en el centro, no.
Adolfo: - Dijeron que llevaba varias latas de cerveza...
Padre: (Irritado) – Sí, es cierto. Yo le había encargado unas latas
de cerveza. ¿Y qué? Esas latas eran para mí. Eso no quiere decir que haya
estado borracho. Querían hacerle dosaje sanguíneo... No lo permití. Sin mi
autorización, eso no lo pueden hacer. Es una falta de respeto, un atropello a
la intimidad. La sangre de una persona es una cosa privada. Y ahora, cómo no
les permití sacarle sangre, los abogados de los viejos dicen que eso indica
“presunción de culpabilidad.”
Adolfo: - ¿Y usted qué quiere que haga yo?
Padre: - Ya se lo dije. Que salga de testigo diciendo que vio el
accidente...
Adolfo: (Interrumpe débilmente) – Pero... no me van a creer...
Padre: (Enérgico) - ¡Sí le
van a creer! Si pone suficiente seguridad en sus palabras, le van a creer.
Escuche... Ya le dije que soy un hombre práctico... y de negocios. No le estoy
pidiendo que haga nada gratis. (Mira a su alrededor) Usted, como todos,
seguramente tiene necesidades. Yo le puedo ayudar a solucionar sus problemas.
Adolfo: - ¿Quiere comprar mi testimonio?
Padre: - Sí. Yo lo necesito y estoy dispuesto a pagarle bien ese
favor. Mi hijo no tiene testigos que declaren a su favor. Esta gente ya ha
conseguido varios vecinos que aseguran todas esas barbaridades que usted me
dijo que oyó en la calle. Yo necesito al menos “una persona” que diga lo
contrario. (Señala la ventana) Y esa ventana está en el lugar exacto para
convertirlo a usted en un testigo irrefutable. Mi hijo lo vio allí cuando bajó
del auto y ningún vecino va a poder negar la posibilidad de que usted haya
visto las cosas de otra manera.
Adolfo: - Sí. Eso es cierto, pero...
Padre: - Escuche... Soy un hombre práctico y no me gusta andar con
vueltas. Vamos a los números. ¿Cincuenta mil pesos? ¿Es una buena suma?
Adolfo: - No sé... Yo nunca he pisado un Juzgado.
Padre: - Es un edificio como todos... Sólo tiene que ir ahí y decir
que ese día, el lunes pasado, a la hora de la siesta, estaba allí, parado
frente a la ventana. Y que vio al auto de mi hijo pasar correctamente el
semáforo en verde. Usted calcula que iba a unos cuarenta kilómetros por hora. Y
de pronto vio como los viejitos, con su semáforo en rojo, empezaban a cruzar la
calle. Incluso tendría que agregarle que cruzaron fuera de la zona marcada como
continuación de la vereda. (Levanta el tono ante la leve sonrisa de Adolfo) Es
la verdad... El único motivo por el que estoy aquí es porque todos se han
puesto de acuerdo en asegurar lo contrario. Y yo no voy a permitir que a mi
hijo le pinten los dedos como a un delincuente... Y mucho menos que vaya a la
cárcel un solo día. Ahora las leyes han cambiado y son capaces de hacer una
cosa así. Él es un buen chico... Pero como lo ven así, vestido como se usa
ahora, y con un auto deportivo importado, les es más fácil asegurar que es el
culpable. Las cosas ahora están así. Tiene que perder el que tiene algo... para
que pueda pagar los honorarios de los abogados. Y si no... a esos viejos
sucios, ¿qué les van a sacar?
Adolfo: - No sé que decirle. La verdad es que tengo miedo de que no
me crean.
Padre: - ¿Y si le doy... digamos... setenta mil pesos? ¿No se le
pasa ese miedo?
Adolfo: - ¿Y si, aún diciendo correctamente todo lo que usted me
indique, no me creen? ¿Qué pasa?
Padre: - Nada. Usted solamente tiene que contestar lo que mi abogado
le va a preguntar delante del secretario del juez. Que es lo que le he dicho
hace un momento. Aquí lo tengo anotado, por las dudas. (Saca un papel y lo deja
sobre la mesa) Yo se lo dejo para que lo estudie bien y no se equivoque. Lo demás
es problema de mi abogado. Él va a oponerse a cualquier intento de desacreditarlo
que haya por parte del abogado de la otra parte.
Adolfo: - Ah... ¿El otro abogado también puede preguntarme?
Padre: - Sí, poder puede. Pero no se preocupe. No se puede salir del
tema específico del accidente. Además, yo no tengo uno, tengo dos abogados que
van a estar apoyándolo. Cualquier pregunta fuera de lo previsto, la van a
objetar inmediatamente. Y el secretario tiene la obligación de atender ese
pedido y anular la pregunta. Usted no se tiene que poner nervioso y tiene que
hablar convencido de que está diciendo la verdad. Así todo lo que diga le sale
naturalmente y es más creíble. ¿Alguna otra duda?
Adolfo: - Escuche... No sé cómo decirle... Usted hace un momento
suponía que yo podía tener necesidades... de dinero. Es cierto, las tengo. Es
un problema delicado. Le cuento: Tengo que levantar un embargo sobre este departamento.
A un hermano que vive en el campo le fue mal el año pasado. Yo le presté la
firma para un préstamo... y ahora me han embargado lo único que tengo, que es
este departamento donde vivo... Esa plata que me ofreció... ¿No llegaría a cien
mil pesos?
Padre: (Sonríe ante el gesto vergonzoso de Adolfo) – Sí, señor.
¿Porqué no? Usted tiene un problema y yo otro. Si usted me está solucionando mi
problema es justo que yo le solucione el suyo. (Mete la mano a un bolso y saca varios
fajos de billetes nuevos. Comienza a contarlos a la vez que va dejándolos sobre
la mesa.)
Adolfo: (Llama a su mujer que hasta ese momento ha estado en la
cocina.) : - Raquel... (Llega la mujer) Contá esa plata... a ver si hay cien
mil pesos.
(La mujer se sorprende y duda)
Señora: - Pero... ¿De qué es esta plata?
Padre: - Hemos hecho un negocio con su esposo. Ya le va a contar él
después. Cuente, señora, cuente. Y quédese tranquila... no es nada ilegal. Soy
un hombre correcto. Son diez paquetitos de diez mil pesos cada uno.
(La mujer, luego de un instante de duda, cuenta nerviosamente uno de
los diez fajos de dinero, y lo deja sobre la mesa, junto al resto.)
Señora: - Si todos tienen diez mil está bien.
Padre: (Juntándolo y ofreciéndoselo a la mujer) – Tome, señora. Esto
es de ustedes. Guárdelo con tranquilidad y mañana mismo va a arreglar ese
problema que tienen con el banco... Su esposo ya me contó todo.
(La mujer mira su esposo
dudando, pero éste le habla con un gesto afirmativo.)
Adolfo: - Guardalo, vieja. El señor tiene razón. Guardalo tranquila
que todo está bien.
(La mujer toma el dinero, lo envuelve cuidadosamente en un repasador
y se retira con él hacia la cocina.)
Padre: (A Adolfo que sigue sentado) - Bueno. Ahora a estudiarse bien
este papel... y a esperar la citación a declarar. Seguramente va a llegar en
unos diez días. Necesito sus datos: nombre completo y número de documento. La
dirección ya la tengo. La anoté al entrar.
Adolfo: - Anote... Adolfo Herrera... Libreta de Enrolamiento...
número, siete millones... seiscientos diecisiete... trescientos cincuenta.
(El Padre anota todo en una libreta y la guarda.)
Padre: - Bueno... todo listo. Entonces, ¿me voy tranquilo?
Adolfo: - Escuche... Antes de que se vaya. Yo me comprometo a decir
en el Juzgado exactamente lo que usted me deja indicado. Pero quiero que quede
claro que si, por alguna causa, mi testimonio no le diera los resultados esperados,
yo no le puedo devolver el dinero. Más que todo quiero aclararle eso porque mañana
mismo voy a arreglar ese problema del embargo y ya no lo voy a tener.
Padre: (Sonríe) – No se haga problemas. Lo único que necesito es que
usted diga, aseguré y reafirme todas las veces que le pregunten, lo que acá le
dejo escrito... Lo demás lo arreglan mis abogados. Para eso les estoy pagando
más que bien...
Adolfo: - No hay más que hablar entonces.
(Adolfo, siempre sentado, tiende la mano y el Padre se la estrecha
sonriendo. Luego se retira satisfecho hacia la puerta y sale mientras Adolfo
permanece sentado. Cuando Adolfo queda solo entra su esposa desde la cocina.)
Señora: - ¿Qué hiciste?
Adolfo: - Algo habrás escuchado...
Señora: - ¿Vas a salir de testigo del accidente?
Adolfo: - Ese es el trato. Me pagó muy bien.
Señora: - Pero... es una locura. Ese chico es el único culpable del
accidente. En la televisión dijeron que hay muchísimos testigos en contra.
Adolfo: - Sí, es cierto, pero eso no importa mucho. Lo que a
nosotros nos tiene que importar ahora es que ese dinero, mañana, nos va a
servir para levantar el embargo de departamento.
Señora: - Pero... ¿Y que va a pasar después?
Adolfo: - Nada. Yo voy a cumplir con lo pactado. Voy a declarar
jurando haber visto el accidente cómo me dijo este hombre.
Señora: - Pero eso te puede traer problemas... Te pueden acusar de
falso testimonio...
Adolfo: - No creo que llegue a eso. Es más... no creo que llegue a
declarar. Me van a sacar del Juzgado corriendo. (Ríe)
Señora: (Le toma la mano a su esposo) - No te rías. Lo que has hecho
es una cosa seria. Has prometido ayudar a alguien que es culpable.
Adolfo: (Acaricia la mano de su esposa.) María... Vos me conocés
bien... ¿Vos crees que yo hubiera hecho esto si existiera una pequeñísima y
remota posibilidad de que ese muchacho, gracias a mí, siguiera matando gente por las calles?
Señora: - No. Ya lo sé. Pero me asusta lo que puede pasar. Ese
hombre es poderoso. Puede volver.
Adolfo: - No creo. Y si vuelve... ¿Qué puede hacernos? Yo voy a
cumplir mi parte del trato... Si lo que digo, después no le sirve... o lo hunde
más, no es mi culpa. Él fue quién me vino a buscar...
Señora: - No te van a creer nada...
Adolfo: - Ya lo sé... (Sonríe con un gesto de tristeza) ¡Qué ironía!
Justamente me viene a elegir a mí... de testigo... Justamente a mí... (Comienza
a levantarse) ... Voy al baño.
(Adolfo se pone de pie apoyando las manos sobre la mesa mientras su
esposa le alcanza un bastón blanco que, sin verse, ha permanecido toda la
escena sobre una silla. Adolfo toma el bastón y con gestos propios de un ciego
sale hacia el baño.)
FIN
Rubén Antolín Heredia - 2000
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