lunes, 21 de diciembre de 2009

UN MUNDO NUEVO - cuento

Cuando Francisco pasó por la cocina de su casa informándole a su madre que iba a construir un mundo nuevo, ella pensó que habría estado leyendo un viejo libro de política que alguien había olvidado en la casa, y que aún no había llegado a los capítulos donde se hablaba de los sueldos y los viáticos. Antes de ahondar en lo escuchado decidió no desaprovechar la oportunidad de pelear un poco con su marido, que desayunaba plácidamente.
- Eso es culpa tuya – le anunció.
El viejo no dijo nada. Sabía lo que vendría. Bajó la cabeza y bebió un trago de café con leche mientras escuchaba.
- Todavía me acuerdo la vergüenza que pasé cuando dijiste que habías descubierto que “podías vivir sin respirar”.
- Era verdad – dijo él -. Casi lo logro.
- ¿Casi lo lográs? ¿Andando por todas partes con un broche en la nariz, y hablando como los títeres?
- No respiraba – insistió él, tratando de conservar algo de dignidad.
- ¿No respirabas? – atacó ella -. Por la nariz no respirabas, viejo pavo, respirabas por la boca. Andá, papelonero, vamos a ver con qué sale tu hijo ahora…
En ese momento Francisco regresaba con un papel y una birome.
- Voy a hacer un mundo nuevo – repitió sentándose y sirviéndose café en una taza.
El viejo ni lo miró, pero la madre le preguntó:
- ¿Lo vas a hacer “antes o después” de salir a buscar trabajo?
- Hoy empiezo. Y eso es un trabajo. Es bastante trabajo – dijo Francisco.
- Lo que nos faltaba. Un hijo político. Y ensaya mintiéndonos a nosotros – comentó la madre, mirando por la ventana.
Más tarde, después de desayunar haciendo unos dibujos extraños, Francisco salió de la casa y tomó una pala y un azadón.
- ¿Qué vas a hacer? – preguntó la madre desde la ventana.
- Ya lo dije; voy a hacer un mundo nuevo – contestó él.
- ¿Con la pala lo vas a hacer?
- Con la pala y el azadón. No hay otro modo.
El viejo, que en ese momento salía hacia la plaza a darle de comer a las palomas, se detuvo y preguntó más.
- ¿Cómo es eso que vas a hacer?
- Voy a hacer un mundo nuevo. Te explico: el mundo no necesita ser redondo, no es una rueda y para girar no se apoya en nada. Yo lo voy a hacer cuadrado, como un cubo. Eso va a ser muy beneficioso para todos – dijo Francisco.
Al viejo le pareció razonable y asintió con la cabeza, advirtiendo:
- Si no fuera por mi espalda, que apenas me deja caminar, te ayudaba, pero ya estoy viejo…
- Lo voy a hacer solo… Es cuestión de tiempo… - dijo Francisco clavando la pala en el piso y empezando a sacar tierra.
Un mes después, ya había avanzado bastante en el trabajo y la casa familiar había quedado ubicada a pocos metros de una arista desde la cual se caía a noventa grados por miles de kilómetros. La madre, que se había conformado con preservar su jardín y la cucha del perro de los cambios, ya no comentaba nada. Sabía de la convicción y la testarudez de su hijo y recordaba cuando, siendo niño, se había abocado a la tarea de descular hormigas con la uña del dedo pulgar. Tenía presente la tarde en que se presentaron esos hombres de traje con una orden judicial en la mano. Debido a esa actividad de su hijo las hormigas negras de los palos estaban en peligro de extinción y toda la familia de Francisco fue obligada a alimentar a las que quedaban con una pequeña cucharita, hasta que comenzaron a criar nuevamente y a reponer su población habitual.
A partir del anuncio de su nuevo proyecto, la vida de Francisco se desarrolló en forma monótona. Se levantaba, desayunaba un poco y salía en busca de la pala y el azadón. Había convencido a los primeros curiosos que se acercaron a preguntar y estos habían pasado los argumentos a los que llegaban. Un grupo de adeptos hizo unos carteles explicativos y desde ese momento cesaron las interrupciones. Nadie le preguntaba nada y lo miraban como se mira a un artista en plena tarea.
Al año de trabajo el planeta, visto desde el espacio, ya mostraba una forma ligeramente cúbica. Francisco ya había gastado varias palas y azadones y una conocida fabrica de estas herramientas le había hecho firmar un jugoso contrato de publicidad exclusiva y le habían dado una gorra y una remera. Hacía tiempo que había dejado de ver a su familia y acampaba donde lo sorprendía la noche. Ni las montañas de Los Andes ni la selva del Amazonas habían podido detener el proyecto y todo había caído bajo el ímpetu del constructor de un mundo nuevo.
El problema de los ríos y los océanos lo había ido solucionando haciendo estratégicos canales que llevaban el agua hacia los pozos que iba dejando a su paso y luego, si era necesario, la ubicaban en las depresiones que iban quedando.
Con los tiburones y las pirañas prácticamente no tuvo problemas, porque pasaban de un lado a otro junto con el agua, pero en tierra firme, los carnívoros grandes, como leones, tigres y piches, le dieron más trabajo y en algunas oportunidades los tuvo que arriar con la horquilla. 
A veces, a su lado, se detenía algún vehículo que había perdido el rumbo y sus ocupantes le preguntaban:
- ¿Por dónde se llega a China?
Y Francisco, recordando la nueva ubicación de ese país, señalaba:
- Por allá. Sigan hasta que encuentren unos hombres pálidos, de ojos chiquitos. Ahí es.
Al llegar a Egipto tuvo problemas con sus gobernantes, pero después de una charla donde expuso las ventajas que esos cambios significarían para esa nación, le permitieron derrumbar la Esfinge y la pirámide de Micerino, no sin antes sacar un par de fotos de recuerdo.
Lo mismo ocurrió con otros lugares históricos, como las Cataratas del Iguazú y la casa donde nació el Gauchito Gil. Llegaban los vecinos a quejarse, pero cuando escuchaban sus razones permitían los cambios y hasta le convidaban con mate.
Finalmente, casi dos años después de haber iniciado los trabajos, el mundo nuevo estuvo prácticamente terminado, faltando apenas algunos detalles que iba solucionando recorriendo las kilométricas aristas en un ciclomotor prestado y con el azadón.
Fue entonces que llegó a su campamento una delegación formada por representantes de todos los países de la Tierra. Venían a proponerle el cargo de presidente único del mundo nuevo, ya que creían que lo merecía por hacer sido su ideólogo y creador.
- Yo de gobernar sé lo mismo que de capar monos – advirtió Francisco.
No lo escucharon y allí mismo le pusieron la banda presidencial.
A la semana, Francisco ya se había dado cuenta que con esa designación no le habían hecho ningún favor. Cuando creía que había llegado el momento de descansar – pues ya estaba notando cierto cansancio – se veía acosado por problemas que le eran planteados en todos los idiomas y que a veces debía solucionar sin traductor y sin entender ni los gestos ni las señas del exponente.
Sin embargo, entre los que alcanzaba a dilucidar, por ser expresados en castellano o por fotos que le acercaban, notó que en algunos sectores de su geométrica nueva creación había una disconformidad sobre esos planos interminables, sin montañas ni depresiones que no estuvieran ocupadas con el agua de los nuevos océanos, aún sin nombre. También había ocurrido que algunos camiones, al pasar de un plano a otro, sobre las aristas, quedaban colgados por la mitad.
Los esquiadores sólo podían concurrir a las nuevas pistas de esquí que se habían construido en los vértices del planeta cúbico, únicos sectores donde nevaba permanentemente y futura ubicación de los ocho polos que se estaban formando rápidamente. Los barcos de transporte de cargas no podían arribar a conocidos puertos que ahora habían quedado en tierra firme, y simultáneamente, países que antes no tenían costas al mar, ahora eran islas solitarias separadas por kilómetros de otros lugares poblados. Las palomas mensajeras que levantaban vuelo no regresaban jamás y los agentes de turismo se volvían locos reprogramando viajes que originalmente incluían lugares paradisiacos que ahora estaban sumergidos varios metros bajo los nuevos mares.
Finalmente, tratando de solucionar algunos de esos problemas, Francisco tomó una decisión: Los fines de semana, únicos días de descanso presidencial, tomaba el azadón y la pala y comenzaba a escarbar en las aristas de su obra redondeando los bordes ligeramente, si eso alcanzaba, o radicalmente si el problema persistía, conformando a los quejosos cercanos y escuchando a los que iba encontrando a su paso.
Así empezó todo. Apilando tierra acá, sacando de allá, trasplantando algunos árboles y hachando otros, desviando ríos y reubicando mares, el planeta fue retomando su antigua forma esférica, aunque nada quedó en su lugar histórico.
Cuando los delegados que lo habían elegido presidente notaron que ya nada justificaba su ubicación en ese cargo, le pidieron la renuncia del modo habitual: apuntándole con un arma y acercándole un papel y una lapicera.
Francisco firmó aliviado y retornó a su casa.
Unos días después, durante el desayuno, la madre le dijo:
- A ver si ahora que estás desocupado, con tu padre, se ponen a limpiar el patio del fondo, que esos yuyos ya dan vergüenza. Ahí debe haber ratones y bichos de toda clase.
- Yo sólo puedo mirar, por mi espalda – advirtió el viejo -, pero te ayudo a llevar las herramientas.
Al mediodía, Francisco entró a la cocina.
- Ya limpié el lote. De paso le estuve explicando a papá mi nueva teoría.
- ¿Qué teoría? – preguntó la mujer.
- Una teoría que va a revolucionar a la humanidad. He descubierto que el Ser Humano no es un animal. El Ser Humano es de origen vegetal. Somos vegetales y no necesitamos comer comida, sólo con sol, agua y tierra podemos mantenernos…
- ¿Y tu padre? ¿dónde está? – preguntó la mujer, sin sorprenderse.
- Allá, en el patio. Lo dejé plantado… – dijo Francisco.
- ¿Discutieron? – preguntó ella, asustada.
- No, se ofreció como voluntario para probar mi teoría – dijo él.
La mujer miró por la ventana de la cocina. Su esposo estaba en el medio del patio trasero, enterrado hasta la cintura y con los brazos levantados. Con gesto resignado, abrió la canilla y empezó a llenar una regadera.



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