Cuando Francisco
pasó por la cocina de su casa informándole a su madre que iba a construir un
mundo nuevo, ella pensó que habría estado leyendo un viejo libro de política
que alguien había olvidado en la casa, y que aún no había llegado a los
capítulos donde se hablaba de los sueldos y los viáticos. Antes de ahondar en
lo escuchado decidió no desaprovechar la oportunidad de pelear un poco con su
marido, que desayunaba plácidamente.
- Eso es culpa
tuya – le anunció.
El viejo no dijo
nada. Sabía lo que vendría. Bajó la cabeza y bebió un trago de café con leche
mientras escuchaba.
- Todavía me
acuerdo la vergüenza que pasé cuando dijiste que habías descubierto que “podías
vivir sin respirar”.
- Era verdad –
dijo él -. Casi lo logro.
- ¿Casi lo
lográs? ¿Andando por todas partes con un broche en la nariz, y hablando como
los títeres?
- No respiraba –
insistió él, tratando de conservar algo de dignidad.
- ¿No respirabas?
– atacó ella -. Por la nariz no respirabas, viejo pavo, respirabas por la boca.
Andá, papelonero, vamos a ver con qué sale tu hijo ahora…
En ese momento
Francisco regresaba con un papel y una birome.
- Voy a hacer un
mundo nuevo – repitió sentándose y sirviéndose café en una taza.
El viejo ni lo
miró, pero la madre le preguntó:
- ¿Lo vas a hacer
“antes o después” de salir a buscar trabajo?
- Hoy empiezo. Y
eso es un trabajo. Es bastante trabajo – dijo Francisco.
- Lo que nos
faltaba. Un hijo político. Y ensaya mintiéndonos a nosotros – comentó la madre,
mirando por la ventana.
Más tarde,
después de desayunar haciendo unos dibujos extraños, Francisco salió de la casa
y tomó una pala y un azadón.
- ¿Qué vas a
hacer? – preguntó la madre desde la ventana.
- Ya lo dije; voy
a hacer un mundo nuevo – contestó él.
- ¿Con la pala lo
vas a hacer?
- Con la pala y
el azadón. No hay otro modo.
El viejo, que en
ese momento salía hacia la plaza a darle de comer a las palomas, se detuvo y
preguntó más.
- ¿Cómo es eso
que vas a hacer?
- Voy a hacer un
mundo nuevo. Te explico: el mundo no necesita ser redondo, no es una rueda y
para girar no se apoya en nada. Yo lo voy a hacer cuadrado, como un cubo. Eso
va a ser muy beneficioso para todos – dijo Francisco.
Al viejo le
pareció razonable y asintió con la cabeza, advirtiendo:
- Si no fuera por
mi espalda, que apenas me deja caminar, te ayudaba, pero ya estoy viejo…
- Lo voy a hacer
solo… Es cuestión de tiempo… - dijo Francisco clavando la pala en el piso y
empezando a sacar tierra.
Un mes después,
ya había avanzado bastante en el trabajo y la casa familiar había quedado
ubicada a pocos metros de una arista desde la cual se caía a noventa grados por
miles de kilómetros. La madre, que se había conformado con preservar su jardín
y la cucha del perro de los cambios, ya no comentaba nada. Sabía de la
convicción y la testarudez de su hijo y recordaba cuando, siendo niño, se había
abocado a la tarea de descular hormigas con la uña del dedo pulgar. Tenía
presente la tarde en que se presentaron esos hombres de traje con una orden
judicial en la mano. Debido a esa actividad de su hijo las hormigas negras de
los palos estaban en peligro de extinción y toda la familia de Francisco fue
obligada a alimentar a las que quedaban con una pequeña cucharita, hasta que
comenzaron a criar nuevamente y a reponer su población habitual.
A partir del
anuncio de su nuevo proyecto, la vida de Francisco se desarrolló en forma
monótona. Se levantaba, desayunaba un poco y salía en busca de la pala y el
azadón. Había convencido a los primeros curiosos que se acercaron a preguntar y
estos habían pasado los argumentos a los que llegaban. Un grupo de adeptos hizo
unos carteles explicativos y desde ese momento cesaron las interrupciones.
Nadie le preguntaba nada y lo miraban como se mira a un artista en plena tarea.
Al año de trabajo
el planeta, visto desde el espacio, ya mostraba una forma ligeramente cúbica.
Francisco ya había gastado varias palas y azadones y una conocida fabrica de
estas herramientas le había hecho firmar un jugoso contrato de publicidad
exclusiva y le habían dado una gorra y una remera. Hacía tiempo que había
dejado de ver a su familia y acampaba donde lo sorprendía la noche. Ni las
montañas de Los Andes ni la selva del Amazonas habían podido detener el
proyecto y todo había caído bajo el ímpetu del constructor de un mundo nuevo.
El problema de
los ríos y los océanos lo había ido solucionando haciendo estratégicos canales
que llevaban el agua hacia los pozos que iba dejando a su paso y luego, si era
necesario, la ubicaban en las depresiones que iban quedando.
Con los tiburones
y las pirañas prácticamente no tuvo problemas, porque pasaban de un lado a otro
junto con el agua, pero en tierra firme, los carnívoros grandes, como leones,
tigres y piches, le dieron más trabajo y en algunas oportunidades los tuvo que
arriar con la horquilla.
A veces, a su
lado, se detenía algún vehículo que había perdido el rumbo y sus ocupantes le
preguntaban:
- ¿Por dónde se
llega a China?
Y Francisco,
recordando la nueva ubicación de ese país, señalaba:
- Por allá. Sigan
hasta que encuentren unos hombres pálidos, de ojos chiquitos. Ahí es.
Al llegar a
Egipto tuvo problemas con sus gobernantes, pero después de una charla donde
expuso las ventajas que esos cambios significarían para esa nación, le
permitieron derrumbar la Esfinge y la pirámide de Micerino, no sin antes sacar
un par de fotos de recuerdo.
Lo mismo ocurrió
con otros lugares históricos, como las Cataratas del Iguazú y la casa donde
nació el Gauchito Gil. Llegaban los vecinos a quejarse, pero cuando escuchaban
sus razones permitían los cambios y hasta le convidaban con mate.
Finalmente, casi
dos años después de haber iniciado los trabajos, el mundo nuevo estuvo
prácticamente terminado, faltando apenas algunos detalles que iba solucionando
recorriendo las kilométricas aristas en un ciclomotor prestado y con el azadón.
Fue entonces que
llegó a su campamento una delegación formada por representantes de todos los
países de la Tierra. Venían a proponerle el cargo de presidente único del mundo
nuevo, ya que creían que lo merecía por hacer sido su ideólogo y creador.
- Yo de gobernar
sé lo mismo que de capar monos – advirtió Francisco.
No lo escucharon
y allí mismo le pusieron la banda presidencial.
A la semana,
Francisco ya se había dado cuenta que con esa designación no le habían hecho
ningún favor. Cuando creía que había llegado el momento de descansar – pues ya
estaba notando cierto cansancio – se veía acosado por problemas que le eran
planteados en todos los idiomas y que a veces debía solucionar sin traductor y
sin entender ni los gestos ni las señas del exponente.
Sin embargo,
entre los que alcanzaba a dilucidar, por ser expresados en castellano o por
fotos que le acercaban, notó que en algunos sectores de su geométrica nueva
creación había una disconformidad sobre esos planos interminables, sin montañas
ni depresiones que no estuvieran ocupadas con el agua de los nuevos océanos,
aún sin nombre. También había ocurrido que algunos camiones, al pasar de un
plano a otro, sobre las aristas, quedaban colgados por la mitad.
Los esquiadores
sólo podían concurrir a las nuevas pistas de esquí que se habían construido en
los vértices del planeta cúbico, únicos sectores donde nevaba permanentemente y
futura ubicación de los ocho polos que se estaban formando rápidamente. Los
barcos de transporte de cargas no podían arribar a conocidos puertos que ahora
habían quedado en tierra firme, y simultáneamente, países que antes no tenían
costas al mar, ahora eran islas solitarias separadas por kilómetros de otros lugares
poblados. Las palomas mensajeras que levantaban vuelo no regresaban jamás y los
agentes de turismo se volvían locos reprogramando viajes que originalmente
incluían lugares paradisiacos que ahora estaban sumergidos varios metros bajo
los nuevos mares.
Finalmente,
tratando de solucionar algunos de esos problemas, Francisco tomó una decisión:
Los fines de semana, únicos días de descanso presidencial, tomaba el azadón y
la pala y comenzaba a escarbar en las aristas de su obra redondeando los bordes
ligeramente, si eso alcanzaba, o radicalmente si el problema persistía,
conformando a los quejosos cercanos y escuchando a los que iba encontrando a su
paso.
Así empezó todo.
Apilando tierra acá, sacando de allá, trasplantando algunos árboles y hachando
otros, desviando ríos y reubicando mares, el planeta fue retomando su antigua
forma esférica, aunque nada quedó en su lugar histórico.
Cuando los
delegados que lo habían elegido presidente notaron que ya nada justificaba su
ubicación en ese cargo, le pidieron la renuncia del modo habitual: apuntándole
con un arma y acercándole un papel y una lapicera.
Francisco firmó
aliviado y retornó a su casa.
Unos días
después, durante el desayuno, la madre le dijo:
- A ver si ahora
que estás desocupado, con tu padre, se ponen a limpiar el patio del fondo, que
esos yuyos ya dan vergüenza. Ahí debe haber ratones y bichos de toda clase.
- Yo sólo puedo
mirar, por mi espalda – advirtió el viejo -, pero te ayudo a llevar las
herramientas.
Al mediodía,
Francisco entró a la cocina.
- Ya limpié el
lote. De paso le estuve explicando a papá mi nueva teoría.
- ¿Qué teoría? –
preguntó la mujer.
- Una teoría que
va a revolucionar a la humanidad. He descubierto que el Ser Humano no es un
animal. El Ser Humano es de origen vegetal. Somos vegetales y no necesitamos
comer comida, sólo con sol, agua y tierra podemos mantenernos…
- ¿Y tu padre?
¿dónde está? – preguntó la mujer, sin sorprenderse.
- Allá, en el
patio. Lo dejé plantado… – dijo Francisco.
- ¿Discutieron? –
preguntó ella, asustada.
- No, se ofreció
como voluntario para probar mi teoría – dijo él.
La mujer miró por
la ventana de la cocina. Su esposo estaba en el medio del patio trasero,
enterrado hasta la cintura y con los brazos levantados. Con gesto resignado,
abrió la canilla y empezó a llenar una regadera.
Jua,jua. Buenisimo hermano!!!
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