lunes, 21 de diciembre de 2009

Sobre el amor (probablemente el mejor, el imposible)


Alguna vez estuve muy enamorado de Charlotte Rampling. Fue allá por el año setenta y uno, cuando vi la película “Adiós, hermano cruel”. Por Dios, ¡cómo me gustaba esa muchacha! Esa belleza salvaje y desenfadada, ubicada en un entorno de similar hermosura, amando de ese modo clandestino, pero voraz, a su propio hermano, me cautivó instalándose en mi joven corazón como el ideal de mujer a buscar y encontrar.
Respecto al adjetivo “ideal”, Charlotte debe haberlo sido, con el único gran defecto que iguala a todas las grandes mujeres: pertenecen, indefectiblemente, a otro.Pocos meses después, ese amor imposible - y hermoso, justamente por ser irrealizable - se opacó, superado por alguna posibilidad real y más cercana. Y yo me olvidé totalmente de Charlotte Rampling. Y de la película que me la había mostrado.El tiempo pasó, alguien inventó Internet, y hace pocos días, buscando otra cosa, encontré su nombre y quise verla. Ver qué quedaba de aquel modelo de perfección que me hizo soñar alguna vez. Y quedaba mucho. Porque quedaban sus ojos, rasgados y misteriosos, y como siempre, hermosos e indescifrables. Estuve una hora mirando sus fotos y leyendo las notas biográficas. Entre otras cosas, supe que vive en algún lugar de París, esa ciudad que no conozco, pero cuyo nombre suena a arte eterno. Ella vive allí, tal vez como símbolo de esa perfección que sólo yo advertí y valoré. Como he dicho en alguna de mis poesías: tengo muchas lluvias en mis huesos. Pero no he logrado curarme de la peor de mis enfermedades. Y no sé si lo que siento es novedoso, o continuación de aquel desvarío tan lejano... pero siento que aún estoy enamorado de Charlotte.

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