lunes, 21 de diciembre de 2009

Sobre mi perro, "el Colita"


Hace rato estaba mirando a mi perro y, tal cual es mi costumbre, reflexionando. Y de pronto, como una revelación mística, apareció en mi mente esta clara deducción: Mi perro es perfecto. Sí, señor, es perfecto, no le sobra ni le falta nada. Paso a detallar:
Mi perro tiene una sola cabeza. Eso es una ventaja que le permite saber siempre hacia dónde va. (Aunque debo reconocer que un perro de dos cabezas opuestas, sería doblemente buen guardián) En esa cabeza, mi perro tiene dos ojos, uno acá y el otro acá, y lo que es más sorprendente: ambos miran hacia el mismo lugar. Por ejemplo ahora, hacia esa mosca traviesa que pretende cazar desde hace rato.
Ahí la agarró, pude escuchar como crujía de contenta.
Tiene una boca, una sola, y es una gran suerte. Si tuviera dos, tres o más, además de verse muy feo sería difícil, sino imposible, de mantener. Adentro de esa boca tiene dientes, muchos dientes, diseñados especialmente para comer y mantener ese aliento permanente a hueso de puchero, que lo hace tan fácil de identificar, aún en la más completa oscuridad.
Si nos deslizamos hacia arriba por el hocico, sobre los ojos ya citados, podemos ver dos orejas. Es verdad, están algo sucias y a la derecha le falta el pedazo que le arrancaron de un mordisco, pero ellas están ahí, siempre atentas al lejano traqueteo del carro del lechero. Como dije, también son dos, y seguramente fueron creadas para poder escuchar las dos campanas, con muy buen criterio, que la cosa no es nomás.
Ya entrando en el cuerpo, (en el buen sentido, pobre animal) vemos que está todo cubierto de pelo. Eso, además de abrigarlo en invierno y darle mucho, pero muchísimo, calor en verano, le permite albergar a miles de alimañas que de otro modo andarían por ahí, saltando a nuestros tobillos y sacándonos la sangre. Él las retiene allí, brindándonos un servicio esencial que nunca le hemos sabido agradecer.
Tiene cuatro patas; cuatro, como una mesa. Si tuviera tres, caminaría y correría siempre girando en uno u otro sentido, con lo que sólo podría cazar liebres. (Siempre se ha dicho que las liebres corren en círculo y regresan al lugar donde se levantaron.) Y si tuviera cinco, seguro que caminaría arrastrando la del medio, dejando una huella que, si bien es cierto sería un aporte positivo a su buena fama, resultaría finalmente un estorbo inútil. Por eso él sólo tiene cuatro, y todas del mismo largo y tenor, como dicen los contratos.
Adentro está lleno de tripas y carne, como ya se ha visto en miles de perros atropellados. Ese relleno le sirve para mantener la forma exterior ya descripta y hacerle respirar así, como con asma, en todo momento.
Cuando dije respirar, me acordé de la lengua. La lengua del perro es muy larga y además de tomar agua y sopa, le permite muchas otras cosas, pero no las voy a detallar aquí, por su obvio carácter escabroso y a veces antihigiénico.
Y finalmente, atrás, mi perro tiene la cola, que en este caso es la que le ha dado su original nombre: “Colita”. Cuando el perro es chico, la cola le sirve para dar vueltas, tratando de atraparla, y haciendo reír a los presentes, comentando: ¡Qué perro boludo!
Ya de grande, esa misma cola le permite correr las moscas molestas que luego, como ya se ha narrado, atrapará con la boca. Oscilándola, (qué palabra rara) la cola le sirve para hacer saber que es un perro pacífico, evitando así que lo reciban con un patadón y gritando: - ¡Juira Choco!
Y cuando duerme y sueña, esa cola le sirve para hacer saber que está soñando que está contento. O que está soñando que está enojado, pero moviendo la cola, vaya a saber.
Bueno, así es mi perro, perfecto e incomparable. Y si ahora está tirado ahí, durmiendo en ese pozo que ha hecho el muy hijo de puta, en el jardín, justo en medio de las flores, es porque gracias a Dios, me tiene a mí de dueño. Y eso es una gran suerte… para los dos.

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